martes, 9 de diciembre de 2014

Segunda historia

Me despertó un cálido rayo de sol que entraba por la ventana por la que había estado mirando esa noche por si aparecía él con un ramo de lirios. Lirios. Ni rosas ni claveles ni orquídeas. Lirios. Desde que empecé la universidad, no paro de pensar en un chico al que conocí allí. Estudiaba biología como yo y compartíamos todas las clases. Yo soy muy rara, tímida, reservada y no me gusta llamar la atención. Por eso me suelo sentar al fondo y no suelo preguntar ni responder al profesor. Él se sentó a mi lado porque llegó tarde y los dos únicos sitios libres eran los que estaban a mi lado. La verdad es que me pareció muy mono, pero no me dijo nada en todo el día. Es más, no habló con nadie e intentaba pasar
desapercibido. Yo empezaba a creer que ese chico tenía mis mismos problemas. Yo lo paso muy mal y necesitaba hablar con alguien que me pudiera comprender. Fue por eso que, al día siguiente, le guardé un sitio a mi lado y hablé un poco con él. Sus padres se acababan de divorciar y se había mudado a londres con su madre. Me contó cómo su padre, delante de él, dijo que no quería quedárselo porque solo sabe estorbar. A mí me sorprendió lo fácil que me resultaba hablar con él. Él no tenía amigos y yo tampoco así que nos juntamos. Quedábamos todos los días para hacer los deberes y nos lo pasábamos muy bien. Un día, estudiando, se nos ocurrió ir a dar un paseo para despejarnos un poco. Pasamos por delante de un cine y miramos la cartelera.

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